lunes, 20 de agosto de 2007

VIOLENCIA FAMILIAR: ¡UNA REALIDAD IGNORADA!...


La violencia dentro de la familia no es un fenómeno reciente, por el contrario, ha sido una característica de la vida familiar aceptada desde tiempos remotos. Sin embargo no comienza a concientizarse como fenómeno social muy grave hasta la década de los 60 en los países anglosajones, y en la década del 80 en nuestro país. Son los movimientos feministas los que comienzan los reclamos por los derechos de la mujer .

Hoy el tema de la violencia dejo el espacio de lo privado y secreto al espacio de lo público y es actualmente uno de los graves problemas sociales que cruza las diferentes redes primarias y secundarias de la sociedad.

"Sabemos que los valores de la cultura dan identidad a los sujetos, y en nuestra cultura occidental, judeocristiana, los valores prevalecientes se transmiten a través de la organización social en familias. Es así que cada familia interpreta y transmite los valores culturales predominantes con una mayor o menor semejanza con ellos, de acuerdo con la pertenencia a distintos sectores sociales" (Masterman, 1989).

La percepción social y el reconocimiento que determinados comportamientos son violentos, es histórica. Vivimos en sociedades que manejan diferentes códigos en relación a la violencia; existe una fuerte condena cuando ésta se lleva a cabo en el espacio público, sin embargo se le tolera, avala –y hasta cierto punto se le perdona– cuando se da en el espacio privado. Una denuncia por una agresión en la vía pública es inmediatamente acogida, la misma denuncia en el hogar es desestimada, subvalorada e incluso se intenta persuadir a la víctima que retire su denuncia.

La violencia a mujeres es endémica en casi todas las culturas y en sociedades patriarcales donde el derecho y privilegio masculino está por encima del bienestar de otros seres humanos: niños, niñas y mujeres, afectando a estas en todas las etapas de su vida. La Conferencia de Beijing hizo patente que la violencia a mujeres es un problema ínter e intracultural. Esta conferencia estableció claramente que no se puede pensar en este fenómeno como algo aislado de otras formas de violencia, por lo que se concluyó que el abuso a la infancia, la violencia doméstica, las agresiones sexuales y otras formas de violencia, están directamente conectadas con el lugar que las mujeres ocupan en la sociedad. Así mismo, sentencia que es imposible atajar el problema de la violencia a mujeres desconectándolo de las condiciones sociales que la perpetúan. (Informe Univ. de Illinois, USA, 1998).

El sistema de protección universal de los Derechos Humanos también hace lo suyo, pues a través del artículo 1 de la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer define la violencia contra las mujeres como: “Todo acto de violencia basado en la perteneciente al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada”

Pero hay algo bastante irónico: ¿Por qué razón cuando hablamos de violencia o de criminalidad nos centramos en la calle, ignorando lo que pasa en el hogar?... ¿Por qué un tipo de violencia lo sancionamos y el otro la aceptamos, o al menos lo toleramos con el silencio?... Paradójicamente aquello que se silencia, aquello que permanece oculto socialmente no significa que sea un hecho difícil de percibir. En el caso de la violencia familiar el fenómeno no se ve porque se nos ha hecho cotidiano, se ha "naturalizado", ha pasado a ser una situación esperada en un determinado contexto.

La violencia se da en el marco de la supuesta protección y "sacralidad" de la familia. Este hecho es una de las principales razones por la cual se ha ocultado socialmente y aún más se ha tolerado; pero a la vez es una de sus características centrales que nos permite entender su impacto demoledor en las víctimas.

En la familia violenta el rol de afecto, protección y cuidado del grupo familiar es reemplazado por el daño, la amenaza y el temor, sin embargo, el discurso continúa siendo el del afecto y protección. Y este se traduce en "yo te golpeo porque te amo", o bien "tu haces que yo te golpee porque te portas mal".

Muchos son los factores que han confluido para mantener el silencio sobre la situación de violencia en el hogar: la necesidad de resguardar la privacidad de la familia, diferencias culturales sobre la concepción de la violencia, temores o simplemente el dolor de hablar. Pero hay otros hechos que han ayudado a que la situación comience a hacerse visible: la organización del movimiento feminista en la década del 60, la apertura de los primeros refugios a comienzos de los años 70, la preocupación de la comunidad internacional por el tema de los derechos humanos y los derechos personales.

La violencia doméstica implica acciones que van desde el homicidio, distintos tipos de agresiones físicas, agresiones sexuales, amenazas y agresiones psicológicas; se da en una relación de poder y jerarquía, ésta es considerada como una forma de ejercer poder sobre alguien situado en una posición de subordinación.

Al momento de la entrevista en el Centro de Emergencia Mujer, CEM, las mujeres demuestran tener consciencia respecto de su problema y pueden referir desde cuándo se inició; señalan además que la violencia fue tolerada por varios años. Todas señalan haber tolerado la violencia hasta el punto que se vio amenazada su integridad física o mental, o la de sus hijos. En ese momento ellas recurrieron a alguien por ayuda. Sin embargo, su despertar es bastante tarde, pues cuando se deciden a hablar, la violencia propinada –en la mayoría de los casos– por su pareja ha propasado los rangos de marginación y sumisión: “Recuerdo que cuando estaba con mi bebe pero quería hacer él el ‘asunto’ (sexo), yo no quería hacer el asunto para evitar tener hijos, yo no quería hacer el asunto, entonces él, cuando yo estaba durmiendo, se aprovechaba de mí…” (Mujer de 35 años); “Pero mi marido tiempo a mí no me da nada, y si me da me dice: ‘sabes que te doy 10 soles y vamos a la cama’; entonces me da 10 soles y me dice ‘ya vamos, estate conmigo’…” (Mujer de 57 años); “…toda la vida me ha pegado, me agarraba de mi cabeza, me jalaba del pelo, mi pelo era bien largo y me agarraba de allí y me golpeaba cuando le daba la gana, entonces así hemos vivido toda la vida peleando, nunca hemos vivido felices… todo el tiempo lo he aguantado por mis hijos. Cuando me metí con él (esposo) parecía que era un infierno creo, o sea ha sido un infierno hasta ahora que ya estoy vieja y quiero vivir tranquila, quiero vivir sin problemas” (Mujer de 57 años).

Para que una política de prevención sea efectiva, es necesario abordar temas que generan reacciones "violentas" en la sociedad. Quizás el más importante es el de la familia. Cuando señalamos que el 50% de las mujeres viven violencia en la Familia, lo lógico parece ser preguntarnos qué pasa en esa institución que genera, o al menos tolera niveles tan significativos de violencia. Esto significa atreverse a mirar la actual estructura familiar, a ver que factores siguen aún reforzando estereotipos y roles sexuales que son profundamente discriminatorios y desiguales para ambos sexos.

Es importante tener una idea clara de lo que tenemos entre manos cuando nos proponemos trabajar con este fenómeno , ya que todas las personas, sin exclusión, estamos influidas por los mitos culturales que favorecen la supremacía y violencia masculina en sociedades donde los privilegios y poder adjudicados a un sexo, no se adjudican al otro, es decir, donde se cultiva la desigualdad sexual. Esta culturización es propia de las sociedades patriarcales, donde la autoridad, necesidades y bienestar del "pater familiae" prevalecen sobre los derechos de todos los miembros de la unidad familiar.

El término "terapia con agresores" es un término que está en desuso, ya que la violencia no se vincula a la enfermedad. Se trabaja como una necesidad personal que el agresor tiene de abusar del poder en las relaciones de dependencia, donde él tiene más poder: con mujeres y niños.

Dentro de la Prevención están temas tan importantes como el fomento de una maternidad digna donde las madres puedan establecer verdaderos lazos afectivos con hijas e hijos, lo cual fomenta su capacidad de defenderse y defender. Es imprescindible trabajar la autoestima de los niños y niñas sea cual sea su edad. Las mujeres sujetas a violencia doméstica pueden descargar con hijas e hijos y no hay posibilidad de cambio hasta que ella deje de estar sometida a abusos. Los menores, testigos de violencia, están siendo seriamente considerados víctimas de violencia, al obligarlos a vivir como testigos de las vejaciones que sufre su madre.

Para concluir, he deseado ilustrar que la violencia familiar no es solamente “un problema social”, aún cuando ciertamente crea impacto en nuestros sistemas sociales. Tampoco es solamente un “problema del sistema de justicia criminal”, aún cuando no cabe duda que crea un impacto significativos en el sistema de justicia criminal. El problema de la violencia además, es un problema de salud pública de grandes dimensiones, políticas, sociales, culturales, económicos e individuales. No es un asunto privado. Produce daño físico y emocional a millones de personar, no solo las mujeres sino también a sus hijos, afecta generación tras generación cuando pasa desapercibida. Tampoco, debemos olvidarnos que los hombres en su calidad de victimarios también resultan personas afectadas por su violencia e igualmente debemos ocuparnos de ellos.

Prevenir la violencia familiar implica la existencia de profundos cambios en los valores y el comportamiento de las personas. Significa principalmente reconocer los derechos individuales de cada uno de los miembros del grupo familiar. Implica estimular las formas pacíficas de resolver los conflictos desde la infancia, formas de tolerancia, respeto a la diversidad y a la libertad de todos los seres humanos.


Por: Oscar Altamirano Ayala.

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